15 de mayo de 2010

Miguel Hernandez

Escritura

Las pasiones ocultas de Miguel Hernández

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Conjunto de las fotografías del poeta Miguel Hernández en las que posa con su novia, Josefina Manresa, en el castillo de la población alicantina de Cox.
LA PRENSA/EFE/MANUEL LORENZO.

Miguel Hernández (Orihuela, 30 de octubre de 1910-Alicante, 28 de marzo de 1942) fue uno de los más importantes artistas del siglo XX. Su vida y obra se encuentran muy ligadas a la naturaleza, como pastor de cabras que era, así como al amor. Pero especialmente conocida es su faceta como poeta de la Guerra Civil Española (1936-1939), una contienda que acabó costándole la vida, con apenas 31 años de edad, por sus ideales republicanos a favor de la justicia, la igualdad y los Derechos Humanos.

Sin embargo, a pesar de esa época tan convulsa y trágica en la que le tocó vivir y también morir, Miguel Hernández era una persona llena de pasiones e inquietudes que, además de la lírica y el teatro, le llevaron a experimentar con otras manifestaciones artísticas, como la fotografía, las traducciones literarias, la pintura, el cine o la música, con más o menos fortuna.

Como explica la viuda de su hijo Manuel Miguel, su nuera Lucía Izquierdo, “Miguel era una persona que no paraba de crear, un genio autodidacta. Hacía fotografías, que le encantaba, dibujos en acuarela, juguetes de madera para su hijo, fundó periódicos y radios, preparaba guiones para el cine y se dejaba la piel en el teatro, que era lo que más le apasionaba”.

Sus textos, tanto líricos como dramatúrgicos, son conocidos y admirados por el gran público, pero sus trabajos en áreas como la fotografía o la traducción son populares únicamente entre investigadores y estudiosos.

LA FOTOGRAFÍA, UN JUEGO APASIONANTE

En el archivo histórico de Elche (Alicante), donde permanece resguardado el legado de Miguel Hernández, se conservan apenas una decena de instantáneas tomadas por él que retratan a sus familiares y amigos, su novia, Josefina Manresa, y paisajes de los alrededores de su comarca, la Vega Baja, como el castillo de Cox (Alicante).

Según señala el experto Jesucristo Riquelme, “no se sabe bien cómo llegó a sus manos su primera cámara fotográfica, pero lo que sí está claro es que la mayoría de las imágenes se tomaron entre febrero y agosto del año 1936”.

“La fotografía era un juego para él y sus imágenes no se pueden catalogar de artísticas, pero lo cierto es que incorporaba imaginación a las instantáneas que captaba. Así, de un mal revelado, en el que se yuxtaponían la imagen de un campo labrado y un edificio urbano, él titulaba la pieza como La torre en la huerta ”, añade Riquelme.

LA TRADUCCIÓN, A IMITACIÓN DE LOS GRANDES ARTISTAS

La traducción de grandes autores europeos fue otra de sus aficiones más desconocidas por los seguidores de Hernández. No en vano, ninguna de sus piezas, apenas diez hojas sueltas, fueron publicadas por ningún medio, a pesar de que él trató de difundirlas en periódicos como “La Verdad”.

Ese gusto por la transcripción, que siempre era del francés al español, provenía, como afirma el comisario de actividades de la Comisión Nacional del Centenario del Nacimiento de Miguel Hernández y Catedrático en literatura hispanoamericana de la Universidad de Alicante, José Carlos Rovira, “de una obsesión por formarse”. Era, asimismo, “una manera de aproximarse a los artistas que él admiraba, quienes también hacían trabajos de traducción”.

A través de la lectura de la revista Verso y prosa , que le facilita el periodista murciano Juan Guerrero Ruiz, Miguel Hernández advierte que los artistas de la Generación del 27 interpretan obras de otras lenguas al castellano y se lanza a traducir, “con algunos errores pero con gran belleza”, a figuras como Rilke, Apollinaire, Mallarmé, Valéry, Cocteau, Henri de Regnier o Jules Romain.

EL DIBUJO Y LAS MANUALIDADES, EXIMIENTE DE SU AUSENCIA PATERNA

El dibujo ocupaba, asimismo, parte de su tiempo y se despliega, especialmente, en las cartas que escribe a Josefina Manresa. El investigador Jesucristo Riquelme indica que existen dos etapas diferenciadas: “La primera, antes de la Guerra Civil, que pinta perfiles de su amada a carboncillo con una ligera influencia de lo que acabará siendo el cubismo de Picasso; y una segunda, durante el combate y sus años de cárcel, donde recrea dibujos muy coloreados con valor autónomo”.

Esas últimas piezas policromadas muestran, en gran medida, dibujos agradables que pretenden “contrarrestar las penurias que padecía, creando así un mundo imaginario para que su mujer, pero sobre todo su hijo, no sucumban a la tragedia”, manifiesta Riquelme.

“Cuando siente próxima y certera la amenaza de la muerte, Miguel Hernández se aferra a la vida pero sólo puede literariamente. Es por ello que crea dos grandes mundos que han llegado hasta nosotros: un mundo imaginario que le protege, constituido por los dibujos y poemas como el Vals de amor de los enamorados ; y un mundo ético, creado por sus irrenunciables ideales republicanos, que lo redime de la literatura y de su propia vida como forma de defender la dignidad de su mujer e hijo”, añade.

Otro arte, el séptimo, le “atraía de forma irresistible”. “Le gustaban las grandes producciones de Hollywood y leía revistas de cine como Fotogramas . Incluso, habló con el dramaturgo Antonio Buero Vallejo para dedicarse ambos a hacer guiones de cine”. Junto a la cinematografía, Hernández experimentó una gran atracción por la música, que en Madrid se vio cubierta con su asistencia a conciertos musicales.

Las manualidades, finalmente, fueron otra de sus grandes distracciones. Según Lucía Izquierdo, “manejaba a la perfección la práctica de la papiroflexia y hacía juguetes de madera de gran belleza que enviaba a su hijo desde la cárcel y que, en muchos casos, eran robados por los celadores de la prisión”.

Como asevera Jesucristo Riquelme, “esos objetos infantiles, con forma de caballo, perro o gorrión creados a partir de materiales como la madera, el alambre o el textil, seguían la línea de los dibujos de colores. Con ellos buscaba suplantar la figura del padre, mostrar una relación de afectividad paterna de la que él había carecido ya que tenía mala relación con su progenitor. Miguel Hernández quiso, en definitiva, ser un padre especial, pero no pudo y su presencia se hizo efectiva a través del arte”.

Esa polivalencia y versatilidad en las artes le convierten, a ojos de José Carlos Rovira, en “un genio”. “Era radicalmente nuevo en nuestro país. Nadie, desde su misma formación inicial, obtuvo esos resultados”, asegura el catedrático.

Jesucristo Riquelme, por su parte, prefiere describirlo como “un chico precoz” y concluye: “No era un niño prodigio como Mozart, que a los ocho años ya componía piezas de gran complejidad, pero lo cierto es que tenía un carácter creativo poroso. Era permeable y tenía una memoria portentosa, así que supo adaptar lo que había leído para darle forma de manera muy personal y original”.

“Los juguetes, con forma de caballo, perro o gorrión creados a partir de materiales como la madera, el alambre o el textil, seguían la línea de los dibujos de colores. Con ellos buscaba suplantar la figura del padre, mostrar una relación de afectividad paterna”

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